viernes, 5 de noviembre de 2010

La muerte es tan solo el principio

                                      (31/10/09)-(1/11/09)
(4/01/2010)
El fin…
“Lo que escribo son solo palabras, porque ya no puedo escribir hechos. Escribo para mí, es una escapada, un momento ausente para reflexionar, algo que me “ayuda” a ver las cosas se otra manera, más allá del sufrimiento, del dolor, de la enfermedad, de la muerte… más allá de todo. El caso es que yo escribo, lo intento… pero ¿y qué si duele? Lo único que pido… es ser “feliz”. No juzguéis por lo que leéis… simplemente hay que entenderlo.”
Prólogo
En el inicio todo era un sueño. Pero ahora… es irónico el momento en el que el amor se convirtió en muerte. La oscuridad me envolvió totalmente. La realidad…no recuerdo porqué no la acepte. Pero no deseo averiguarlo.
El fin…
Creo que soy una de las pocas personas humanas que cree esto. O que es capaz de poder tener tantas emociones y no poder controlarlas. Mi trastorno es emocional y mi visión de la realidad es difusa. Y esto afecta a mi mente. Pero como una vez dije… “La mejor manera de sufrir es por algo por lo que merece la pena luchar.” Fui cabezona y eso, eso fue mi final.
(…)
Sufría, veía llegar el final pero no quería aceptarlo. Deseaba seguir luchado aunque ni yo misma comprendía el porqué. Simplemente quería, merecía la pena luchar por esa persona que te hacía sentirte tan especial.
Ese sábado lo llamé, yo sabía que él no iba a hacerlo. Le dije de volver a vernos y me contestó que más tarde. Esa noche lo vi, pero lo único que hizo fue mirarme y decirme que teníamos que hablar.
Comenzó a cambiar de tema hasta que por fin  dijo lo que yo no quería oír nunca: “Que estaba enfermando por mi culpa y que no podía más…”
Entonces lo comprendí. Fue cuando dijo que todo había acabado. Esa noticia me derrumbó, no esperaba tales palabras, ni siquiera esperaba que todo fuera a acabar así. En ese momento me di cuenta de que estaba sola, perdida en la nada; y el cielo lloraba conmigo.
De repente me estremecí y sentí en mi pálida piel empapada una brisa fresca, que parecían puñales clavándose en mi cuerpo traspasándome muy profundamente. Sabía que él estaba presente, que me observaba. Sabía que él iba a poder seguir riendo y llorando. Su alma estaría desgarrada aunque no parecía darse cuenta de ese detalle tan preciado para mí. Me dio la impresión de que no recordaba lo que tanto le expliqué, no comprendía lo que tantas veces había intentado que viese.
No, él solo tenía miedo al dolor, pero no le importaba causarlo. Entonces recordé que el tiempo para mí se había detenido, que no tenía nada por lo que caminar y sentí el miedo. Mi vida estaba parada, él me había detenido tiempo. Él podría seguir sin mirar hacia atrás de nuevo, pero en cambio yo…
Yo podía oír todos los pensamientos que estaban en mi cabeza, todas esas voces que querían llamar mi atención. Milagrosamente conseguí por primera vez en mucho tiempo que murieran ahogadas en mi silencio. Silencio que golpeaba en mi soledad. Mi corazón latía lentamente para advertirme que podía seguir, pero no, no era lo suficientemente fuerte. Yo sabía que no duraría mucho, mi pena terminaría con su latido.
Parecía un sueño… una pesadilla, parecía que no era real. Pero por más que lo intentaba no podía despertar. No quería aceptar esa realidad que iba acabar conmigo.
Quería gritar pero mi voz se quebró. Quería olvidar pero las imágenes volvían a mi mente. Me sentí impotente al ver todo delante de mí, todo antes tan perfecto y ahora tan roto. Mi cara quedó lívida al memorar a quien no quería decir adiós.
Todo había terminado, estaba destrozada y rota de dolor. No, no podía haber sucedido… se había marchado, sin más, sin una explicación, sin un adiós, sin una mirada de las que meses antes me habían convertido en una niña feliz. En ese momento entendí que ya nunca más lo iba a ver, que nunca más me miraría, hablaría o sonreiría, que nunca más lo hallaría pensando en mi, que apenas sabría donde iba a estar. Intenté recordar su aroma, y el no poder evocarlo me angustió.
La realidad seguía acercándose lentamente. Y yo seguía andando sin rumbo, sin conocimiento del lugar. Estaba perdida bajo la lluvia y mis lágrimas se confundían con las gotas de agua que empapaban el castillo. El cielo se había apiadado de mí y quería llorar conmigo.
Caí al suelo, no podía más. Mis fuerzas me fallaban. Nada en mi cuerpo quería responder, todo estaba roto y dolorido, mi mente, mi alma, mi corazón. Cerré los ojos…no podía seguir.
(…)
Abrí los ojos en la noche y pude restablecerme por lo que me levanté y seguí sin destino.
 Me deslicé sobre la fresca y empapada hierba, seguía lloviendo, y la lluvia me golpeaba la cara. Una cara demacrada de dolor de saber que nunca más sus miradas volverían a dirigirse a mí. A partir de ahora el aroma de sus labios, el sonido de su voz aterciopelada, su risa, el tacto de su piel morena, esas caras de complicidad… muy poco tiempo después cerré los ojos, atónita todavía. No quería creerlo pero la realidad se empeñaba en aparecer, y me devoraba.
Mi sorpresa me dejo fría, al cerrar mis ojos llenos de lagrimas, de amargura, lo vi. Vi su rostro, y nuevamente, como siempre, me sonreía. Y me pregunté: ¿Cómo puede estar bien después de todo lo que ha pasado, acaso no significó nada?
Pero todo duró muy poco, me alcé sobre una roca cubierta de musgo verde y a lo lejos en la oscuridad pude contemplar un gran puente iluminado por una luz, la luz de la luna. Una luna que acababa de asomar su cara, de color sangre, todo me indicaba que era una noche de dolor. El cielo sentía lo mismo que yo.
Sin saber cómo llegué al puente, había unas barandillas oxidadas y todo estaba desierto. Era insignificante en ese momento para él, para la gente, para el mundo, para la vida, para todos. La soledad me había absorbido en un dolor interminable para el cual no existía cura.
Ya nada importaba, me eleve poco a poco sobre la oxidada barandilla que me impedía caer hacia el inmenso vacío que reposaba bajo mis pies humedecidos y llenos de barro.
Observé el paisaje aislado del mundo y supe que aún me observaba desde la distancia, en silencio, sin sentir nada, sin importarle lo que podría suceder.
Me mataba que una persona que me decía “te quiero” pudiera ser capaz de tener esa mirada tan fría y cruel. Solo me quedaba imaginar que todo era mentira y que todo había sido mi mejor sueño y su peor pesadilla. Lo miré desde la lejanía y mis recuerdos tan preciados volvieron a clavarme puñales en lo más profundo de mi alma, mi mirada quedó vacía al no poder sentir repentinamente tanto, me quedé conmocionada.
En ese momento, sin pensar en lo que iba a hacer, mi cuerpo, se impulsó hacia el precipicio aterrador. Solo sentía que caía, caía y el aíre se entrelazaba en mi pelo con su tacto frío que llegaba hasta mi cabeza y recorría mi todo mi cuerpo. Murmuraba palabras de despedida, de amor, de él…yo no estaba hecha para la vida y sin él mucho menos…
Todo se volvió borroso por lo que cerré mis ojos y varias lágrimas quedaron prisioneras en su interior. Dejé de pensar, dejé de luchar, tan solo quería disfrutar de ese momento hasta que todo terminase. Y deseaba que no doliera más de lo que ya dolía.
Segundos después todo acabó ya no sentía mi cuerpo liviano, pesado y dolorido.
La oscuridad me envolvió con su frío manto, así que finalmente mi mente y mi corazón callaron mientras yo me despedía. La noche se llevó mis recuerdos y mis sentimientos más profundos. Una luz cálida y brillante me rodeó, me elevó y yo desaparecí con ella para siempre.
(…)
Ataque… mi corazón se detuvo en vida y murió… la muerte lo sacó adelante.
Me rendí. Me deje llevar por el ataque… no iba a volver a luchar nunca más. El murmullo cesaba. La luz… si es que la luz había existido allí en algún momento, se extinguió. Recuerdo… recuerdo esos haces atravesando mi pelo, filtrándose a través de sus palabras en el eco de mi mente, reflejándose en sus ojos, esos que me enamoraron, y atravesando mi destrozado corazón. Esos haces brillantes, ahora muertos, no volverán jamás, no me permitirán nunca más bucear en sus amados ojos, ni leer su alma.
Porque yo les pedí que no lo hicieran. Tampoco había oscuridad. Nada giraba, nada se movía, nadie hablaba, no había nada. Ni siquiera la soledad se había atrevido a poner allí un pie. Porque yo… porque yo le pedí que me dejara a solas. Ni mis pensamientos, ni mi voz, ni mi cuerpo me acompañaban en este viaje, en el que no iba a ninguna parte, parecía que la muerte me llamaba a embarcarme en su viaje. En realidad, la única forma de estar en todos sitios. Y a pesar de no ver, y de no poder oír, ni tampoco poder alzar mi voz en la ausencia del silencio… porque no había ruido, no sonaba una melodía, ni tampoco me oía pensar. Simplemente, cuando todo está en silencio, él está ahí, levantando esa especie de murmullo que te acompaña para que nunca, nunca, te sientas sola. Pero yo me rendí, deje de luchar… le había pedido que se marchara, que estuviera con otra persona que quisiera su compañía. Porque yo, no, yo no quería a nadie que no fuese él. Y poco a poco, esa oscuridad desligada de todo color; devoraba materia, de realidad, me iba inundando, se comía los límites de mi forma, y los difuminaba, otros los borraba, y otros los estiraba hasta que se hacían invisibles y se fundían con el infinito explotando sin sonido en una incontable cantidad de nada. Y paulatinamente sentía como su tacto frío llegaba hasta mi cabeza. Me estremecí por última vez, sin sentir movimiento alguno. Mi estremecimiento debió surgir en algún lugar lejos de allí, quizá desencadenando la caída de una hoja. Mi vida llegaba a su fin… Caía, sentía el movimiento. Apenas me sentí una partícula inerte cuyo color, textura y forma se perdía en un suspiro. Y al darme cuenta de esto, esa partícula voló, y…
En algún lugar del universo una espiral surgida de la nada giraba y se agrandaba arrasando a su paso cualquier atisbo de normalidad, anormalidad, pensamiento, verdad… o mentira. Devoraba la realidad. Un espíritu observaba curioso el sinfín de formas que se dibujaban en su superficie, como si fuera una enorme bola translúcida donde se sucedían extrañas y engañosas figuras que gritaban, reían, lloraban, corrían, y todo de una forma escandalosa. Era como si hubiese exprimido una mente humana, mi odiosa mente, y todo su contenido se hubiese colocado cuidadosamente en forma de pantalla esférica, donde los pensamientos, ideas, memorias, y todo su contenido pudiese vagar libremente. No se había visto nunca nada igual. Era como si yo hubiese sido capaz de crear un agujero negro con la fuerza de la inmensidad de mi mente. Nadie sabía cuán peligroso podía ser intentar atravesar dicha barrera. Uno podría quedar perdido para siempre entre los interminables y vertiginosos laberintos de la mente, y eso podía causar daño... el daño, el dolor… algo que me daba igual sentir pero me mataba provocarlo. Alguien podría hallarse en recónditos agujeros nunca explorados ni utilizados. Ser devorado por los recuerdos de tu historia, la mía, la nuestra... Una gran congregación de seres invisibles del aire, almas, acompañantes silenciosos, pequeñas partículas… todos, se habían reunido, fascinados por las imágenes entrecortadas de aquella mente humana, la mía. Eran confusas, y mudas. Algunas figuras solo gritaban. Otros murmuraban en voz baja, y otros lloraban con alma desgarrada. Eran de diversos colores: los más oscuros correspondían a los lentos recuerdos dolorosos, y los colores brillantes a los frenéticos saltos vertiginosos de las figuras danzantes. Y la bola se expandía cada vez más. De pronto, inesperadamente, apareció un leve zumbido agudo, que subía un momento, se detenía, y volvía a subir, y hacía cabriolas y daba vueltas sobre sí. Era el tiempo, un segundo, y luego otro, empujado por el de atrás, y este a su vez llevaba a otro de la mano, que lanzaba en un impulso, hasta que, en un descuido, fue lanzado un segundo a la superficie de la bola, la cual lo absorbió inmediatamente, cesando el zumbido al momento, y sumiéndose el mundo en un instante congelado…
Todo lo daban por perdido… yo también… sonó la primera descarga. Mi corazón no latía… no quería volver a latir para exponerse al dolor que siente un corazón que dejó de funcionar por amor, rabia, dolor o muerte.
(…)
La pequeña fracción de tiempo atravesó velozmente aquel mundo inhóspito cargado de cadáveres de realidad que intentaban aferrarse sin éxito a él creyendo que podrían regresar así a la vida. Corrió y corrió, intuyendo un pequeño halo de existencia en algún lugar en el centro de aquella enormidad. Y cada vez se apagaba más.
La oscuridad se volvía espesa, era difícil traspasarla, pero un pequeño rayito de luz la atravesaba débilmente, como una bengala de socorro. Alguien gritaba en alguna parte, pero no había un soporte donde sostenerse… se oían gritos y ruidos, descargas, descargas cada vez más potentes. Pero mi cuerpo, mi alma, mi mente, mi corazón… estaban demasiado distanciados como para poder responder a ese bestial estímulo. Estaban demasiado rotos…
Llegó otro segundo… Aquel segundo comenzó a crear nuevos segundos, y segundo a segundo, se fue plagando el espacio de tiempo, y así discurrió un minuto. Minutos que más tarde, la fracción se había trasladado hasta la fuente de la emisión de la luz incorpórea, y sentía que un débil ruido luchaba por hacerse camino en la existente atmósfera. Lanzó otro segundo… y la última descarga… ¡por fin! Sentía dejar la vida de esa manera… pero yo también lo daba todo finalizado para siempre.
(…)
Imágenes que pasaban por mi mente… esos recuerdos felices. Me di cuenta de que por eso merecía la pena luchar, vivir… como yo dije… luchar por algo que merece la pena. Eso sí es importante. Tantos recuerdos felices: padre, madre, hermano, familia, amigos, gente nueva y la que queda por conocer, él y sus ojos… la muerte no quería que la acompañara… solo quería ayudarme. Y…
Allí sonó. Era el latido de un corazón, un corazón débil que quería volver a latir. Se sucedió otro segundo. Y otro latido. Y ruido a ruido, la inestable situación del éter se fue normalizando, y el débil halo de luz brilló con más fuerza, dejando ver una amorfa figura sin líneas no color. Lentamente, brillaba una línea, y otra, y así fue formándose la figura anteriormente indefinida, que en algún momento se había perdido en una caja en el estanque del fondo del pasillo polvoriento del recuerdo. Un calor recorrió la parte superior de la figura, haciendo que se estremeciera, sin moverse. En algún lugar, una hoja nacía…
Los seres invisibles observaron como surgía de la masa viscosa el pequeño segundo con su zumbido habitual. En ese instante, el tiempo volvía a la normalidad.
Aquella partícula regresó de alguna parte. O, simplemente, estaba allí. Sentí que aquello ya lo había vivido, que había caído en un extraño sueño dentro de mi propia pesadilla interminable. Es curioso que sintiera que caía, cuando sabía perfectamente que no me movía, cosa que hace un segundo no me había planteado. ¿Un segundo? Sentía el tiempo discurrir, ese hilo mental; se sucedían unos pensamientos a otros. Recordaba la hoja, estaba cayendo…
Y sentía mi forma, formas planas que dibujaban mi figura. El calor en mi cabeza, se agitaba, bullía… mis pensamientos. Estaban allí, acompañándome, en vez de abandonarme por mala dueña. Éramos tan solo mi mente odiosa y yo.
Y, a pesar de todo, allí había alguien. Alguien me observaba, desde una esquina en el cuarto esférico. Alguien que susurraba cosas, en una clave imperceptible por mi oído. Alguien que se reía entre dientes, y que a la vez sollozaba, con el alma destrozada. Ese ser, que había encontrado un espacio en mi espacio, podía observar perfectamente mi cuerpo ausente, escuchar mi voz muda, leer mi alma desdibujada, y sentir mi sufrimiento, aquel que yo creía haber dejado en otra parte. En ese mismo instante, cuando me di cuenta de que a pesar de haber intentado estar sola, y haberme desprendido de todo lo que no necesitaba, algo, o alguien, había conseguido filtrarse en aquel tiempo congelado, sentí de nuevo el miedo; a la muerte, a la vida… me tuve miedo a mí. Ahora, lo que había sido ausencia de oscuridad, y simplemente calma, se convertía en la más profunda y aterradora vorágine en las que mi atormentado ser se había visto involucrado jamás. Estaba desprotegida, desnuda, abandonada… La soledad me absorbió en su red de interminable dolor. El silencio cayó sobre mí haciendo resonar mi realidad.
¡No! Mi voz… y el silencio se quebró. La soledad se acurrucó junto a mí. Estaba fría, pegada a mi costado, buscaba mi calor. La oscuridad nos envolvía ahora. Realidad… no…No recuerdo por qué la deje… Pero no quiero averiguarlo. ¿Por qué?
(…)
Su voz. La recordaba suave, adormecedora… De otra ocasión. ¿A quién pertenecía, que me era dolorosamente familiar? Se oyó un ruido seco a lo lejos, una descarga… mi corazón no quería volver a latir para perder… prefería irme pero algo me lo impedía.
 La realidad se acercaba lentamente, con su cojera habitual. Ahora oía mis pensamientos. Se habían disparado. Se agitaban, daban vueltas, se entretejían, se estrangulaban y morían. La paz tocaba a su fin. El miedo era latente. Mi corazón apareció, despacito, pero latiendo con fiereza, recordándome que aún luchaba, que aún gritaba, que aún tenía coraje para bombear y mantener así mi insignificante vida. Mi oído se agudizó. A lo lejos, alguien arrancaba suaves y pesadas notas a un violín. Suave, muy suave. Lenta, muy lentamente, el arco iba deshaciendo, una a una, las pequeñas notas que se aferraban a las cuerdas del instrumento. Este aún dormía, y el arco, sediento de música, le robaba la melodía, porque sin esas cuerdas, sin esas cuerdas él no era nadie… Y las notas volaban, describiendo surcos coloridos y florituras en el aire, y llegaban hasta mi cabeza, donde un nuevo pensamiento era introducido en mi mente. Veía, no; sentía, esbozaba, olía, saboreaba retazos de mi pequeña y angustiosa vida, de lo que había sido, de lo que no era ya. Todo se había transformado.
Aquella voz seguía retumbando en la atmósfera, que ahora se había hecho palpable, y mi cuerpo, tendido sobre un suelo duro y frío absorbía ese aire enrarecido, ansiosamente, perfectamente consciente de que mis pulmones lo recibían con agrado. La respiración no era rápida ni dificultosa: solamente mi corazón latía a una velocidad que mis venas no podrían soportar mucho tiempo más. Decidí arriesgar el poco tiempo que me quedaba… simplemente tenía que decidir si ir al dolor o a la paz… pero tenía miedo, a mí, a la vida e incluso aunque fuera extraño en mi… a la muerte y a sufrir.
Poco a poco experimenté aquel delicioso dolor físico que, por unos minutos, alejaba mis pensamientos del dolor espiritual. Dolor, dulce dolor…
Muy lentamente mis sentidos comenzaron a activarse, todo dolía pero ya había decidido aceptar ese riesgo. Mi mente volvió al ataque, mi corazón, roto, intentaba latir con fuerza, mi alma seguía desgarrada…
 -Despierta.
Obedecí. Abrí los ojos. La oscuridad se manifestó realmente. El suelo estaba. También paredes. No, no lo había soñado, era un cuarto redondo, realmente. Redondo e inmenso.
Y en medio de la red entretejida por mi mente, un desconocido se había colado, empapándose de todo mi ser, fundiéndose en mis raíces, colgado de mis pensamientos. Sabía que me escuchaba, y más aún: que leía en mi mente como si se tratara de una pizarra llena de axiomas.
-¿Dónde estoy?
-En algún lugar… Entre el principio y el final.
-Mi principio me miró de soslayo hace ya mucho tiempo. Mi final ha sido peor…
-No es verdad.
Silencio. Su voz era cada vez más suave, más lenta y calmada, y la música sonaba con más fiereza que antes, los pasos de la muerte, la cojera de volver a la realidad… todo estaba más y más cerca.
-¿Cuánto tiempo llevo aquí?
-¿Importa eso?
Pensé un momento…
-No lo recuerdo, ya no sé que puede importar…
-Exacto.
-¿Qué quieres decir?
Calló. Dudé de si seguía allí, aunque un presentimiento me decía que si.
El aire se veteaba en rojo, como llamas, como pinceladas ardientes danzando bajo la fresca noche de verano. Cobraba color, cobraba sentido. Ya no parecía un sueño. Sentía furia, rabia de ver que por todo lo que había luchado, todo cuanto quería se había perdido. Pero ya nada importaba. Estaba muerta…y ya no podría dar nunca las gracias a aquellos cuantos he querido, a los que me han ayudado… nunca. Sentí la impotencia al ver que no había valorado lo que tenía… de no haber perdonado a quien debía y… no saber si me habían perdonado a mí. Mi manera tan mala de luchar por un sueño que yo misma convertí en una pesadilla… y por eso lo perdí. Me alteré.
-¡Eres cobarde! ¡Deberías permitir que viese tu rostro! ¡Porque sé perfectamente que tú puedes ver el mío!- bajé la voz- Y ver a través de él…
No respondió inmediatamente, pero podía oírlo jadear, y su respiración se aceleró, acompasándose a la mía. La música, antes suave, ahora era frenética y mareante.
-¿Y qué pasó?
No tenía que explicárselo, porque para él mi mente era una pizarra llena de algoritmos donde iba leyendo todo lo que se me pasaba por la cabeza. Por una vez que las voces acallaban dentro de mi mente, las notas de música me golpeaban. Destrozaban, furiosas, los suaves hilos que colgaban mis recuerdos, y todo se enmarañaba. Solo recuerdo la quietud, el silencio sepulcral que me mareaba, la sensación de angustia me tiraba desde la garganta y hacía que todo mi cuerpo se derrumbase, mientras me deshacía en un paroxismo final. Y esos haces de luz…
-Y viniste aquí.
Dudé un instante.
-Sí… busqué por las profundidades de mi mente. Intentando revivirlo a base de retazos, de recuerdos, para que no se perdiese, para retenerlo eternamente entre mis brazos… Creí que sería posible, pero ahora entiendo que no. Había sido tan corta mi vida, nuestra vida…
Y entonces vi el rostro de la voz. Se sentaba frente a mí, en el suelo, con las manos entrelazadas sobre el regazo, y las piernas cruzadas, clavándome unos profundos ojos verdosos. Su mirada me deslumbró, era inquisitiva y tristemente familiar. Entonces la luz se hizo más fuerte, y observé que estaba viendo mi reflejo en un espejo. Él había desaparecido para siempre. Todo el tiempo era yo. Todo el miedo, la angustia, las palabras y los recuerdos, me los estaba proporcionando yo.
-¿Y qué has encontrado aquí?
En aquel momento entendí que jamás volvería a encontrar su esencia, si no fuese en los recuerdos que aún mantenía de él. Pero aquello era tan solo ahogarme en mi propio ser, de tal forma que nunca lo hallaría si apenas yo sabía dónde estaba.
-Quiero irme de aquí… decide tu si a la muerte o a la vida… me da igual. Seré una loca feliz antes que una cuerda amarga…pero si vuelvo… deseo curarme para poder luchar por todo lo que he perdido y merece la pena, para perdonar, para vivir, para amar…para todo.
-No te voy a asegurar lo fácil, es más ni siquiera nadie te lo va a poder ofrecer…
-¿Por qué?
-Porque no existe… Pero te voy a prometer algo que ya te prometieron hace mucho tiempo. Que de aquí saldrás. Creo que no merece la pena que causes más daño, ya hay demasiado, y como tú misma dijiste “Lucha por algo que merece la pena…tu mereces la pena” Espero que recuerdes mis palabras. Yo me voy al paraíso… pero a ti te devuelvo a la vida. Eres un ángel, pero tus alas ya fueron arrancadas por el dolor. Te advirtieron que no las abrieras nunca pero no hiciste caso y entregaste gran parte de mi, tu alma, a alguien que no la ha podido soportar. No es culpa suya, tampoco tuya…aunque sé que te vas a culpar… pero sí cúlpate por no saber apreciar lo que tienes. Te recuerdo que no estás hecha para tener tantas emociones… ni sentimientos, pero los tienes. Esto te va a hacer sufrir…pero madurarás. Simplemente debes decidir vivir… mira, escucha, tu corazón que late débilmente y muy despacito. Creo que él puede seguir luchando muchos años más, es solo cuestión de tiempo que se cosan sus heridas y se cure su mente. Eres una rosa negra, valiosa, pero siempre tendrás el dolor de perder a la persona que querías y simplemente no sé si fue por la distancia, por culpa de tu ignorancia o por tu inmadurez. Te recuerdo que estabas en estado crítico y decidiste arriesgarte… y como él te dijo… se te ha caído la montaña encima. Pero debes salir de esta, por favor… (…) Ahora mírame, se lo que sientes y yo te voy a dar fuerzas, espero que este viaje al otro lado del más allá te sirva de ayuda… mucha gente le tiene miedo, pero veo que tu no. Eso me sorprende. Eres muy diferente a los demás, eres especial aunque estés en ese mal estado… yo te ayudaré a salir. Recuérdalo. Volveré pronto para estar a tu lado. Ahora mírame y decide.
(…)
Desperté en lo que me parecieron horas después de mirarme a los ojos por última vez. Sentía el cuerpo liviano y dolorido, expuesto a una gran tensión. Frágil como un retrato de cristal, pero cómodamente situado en la cama de un hospital. Extrañada me giré lentamente y observé el cielo cárdeno que se extendía al otro lado del ventanal. Las nubes se entretejían perezosamente en un último suspiro antes de dejar paso a la noche. Oía pasos y voces a lo lejos. También alguien lloraba, en silencio, pero ya no tenía miedo, el ruido de la máquina me indicaba mi estabilidad.
La luna asomó su redonda cara y me advirtió que debía seguir mi camino, debía luchar por lo que creía… aunque doliese pero yo en ese momento solo quería ser feliz por tener otra oportunidad. No quería ser egoísta y causar más dolor del que ya había. Me di cuenta de que yo no era como él, él no quería sufrir pero en cambio no le importaba hacer sufrir a los demás.
No, yo era especial. Nunca me lo había creído, pero… Nadie me dijo que el camino fuese fácil. Ahora tenía la oportunidad de demostrar lo que aprendí metida en aquella burbuja, era el momento de demostrarme a mí misma el fundamento y el valor de lo que pienso, de lo que digo, de lo que hago… Me despedí del largo día, mientras esas nubes se llevaban mis recuerdos en la noche y cerré los ojos sonriendo al saber que iba a poder mostrar cómo era realmente y enseñar cuanto valía el esfuerzo de una lucha bien realizada. Mi último pensamiento fue el de la ilusión de poder omitir mi trastorno en un futuro para renacer como los Phoenix, de las cenizas. Y esa luz… volvió a aparecer.
(…)
Irrumpieron en la habitación en lo que me parecieron segundos después personas muy alteradas. En especial madre. Madre seguía murmurando palabras que me dolían. No, ella no tenía ni idea de nada… no sabía lo que había pasado. Era culpa mía, todo era culpa mía… me alteré y comencé a murmurar para que dejase de decir falsedades.
-Madre, calla… no sabes nada… Recuerdo… recuerdo esos mensajes… mensajes los cuales me iluminaban el día y yo… idiota de mi no lo supe ver, no lo supe apreciar, no lo supe valorar… Mensajes de los cuales no he borrado ni uno por mucho que tú me lo pidieras madre. Siguen escondidos en mi memoria. No sé porque me esfuerzo en quererle. Madre, no preguntes… no tengo respuesta. Sé que quieres lo mejor para mi, pero así no me ayudas. Lo que ha pasado no tiene nada negativo, simplemente no sé si fue la distancia, la ignorancia o mi inmadurez. No me pidáis que lo olvide, porque no lo voy a hacer. Es más, me gusta llevar su recuerdo conmigo… me hace sonreír de felicidad y llorar por no valorar cuanto tuve. Me rio de él, de esas caras que ponía, esas a las cuales siempre le rabiaba porque le salían arrugas. Que ilusa era… creo indudablemente que él tiene razón. Él me ha tenido mucho tiempo encima del pedestal y yo no lo he sabido ver, ni lo he valorado…cuando lo valoré… ya era tarde. Por eso mismo madre, no me pidas lo que no entiendes ni hables de lo que no sabes, no me pidas cosas que no puedo cumplir, ni me adules con cosas que son irreales. Sé que hay más personas en el mundo que me quieren, eso lo sé… pero no quiero querer a nadie que no sea él. Así que ahora simplemente déjame luchar por mí, por mi vida, por mis sueños… sé que no son tus mismos objetivos madre pero la esperanza es lo último que se pierde.
Madre déjame que siga con esta nueva vida que solo tengo unas horas y parece que llevo el peso de toda una muerte. Déjame que me cure, déjame que siga, déjame que luche. Simplemente déjame por mi… y por todos los retazos que aún conservo… se fue y mi vida se convirtió en un desierto, me dejó de querer y me odio a mi misma por ello y por no prestarle la suficiente atención, se interpuso algo entre nosotros y deje de luchar por él simplemente por mi agotamiento… y aun así cada día que pasa no le  puedo echar en cara nada. Ha hecho por mí lo que ha podido… me ha querido, me ha ayudado, ha hecho grandes cosas por mi… comparado con lo que hice yo… mi esfuerzo queda insignificante y al final no podía derribar el muro… ese muro que yo misma construí…
Así que madre únicamente te pido que silencies tu boca… no quiero oír esas frases. Sé que no estás de acuerdo con mi elección, pero es lo último que me queda. Padre, se que lo intentas comprender, pero no le busques la lógica… y es cierto, todo es culpa mía. No le supe querer, no le supe ayudar… lo único que hice fue… no lo sé la verdad, pero me duele. Yo le quería pero no se lo demostré en su tiempo y ahora…ahora solo queda la fuerza de una palabra que ya no tiene sentido cuando él no quiere perdonar ni olvidar… él no puede olvidar mi odioso recuerdo al igual que yo no puedo olvidar el suyo. Simplemente tengo palabras de agradecimiento, no puedo odiar a la persona a la que amo y menos aún sin razones.
Toledo por favor trae el tratado que lo firme… ya es hora de cumplir las normas. Juraste que me curarías y ahora estoy dispuesta. Déjame que firme mi sentencia. (Cuando eres inmortal... ¿por qué morirías? Cuando tienes que elegir...amor u odio...Vivir o morir... vivir un infierno o firmar tu propia sentencia...)
-Debo curarme.
Dicho esto firme el tratado no sé si con un ángel o con un demonio pero…
La muerte es tan solo el principio. No, no te quiero olvidar. Me encanta llevar los recuerdos que me sacaron hacia delante conmigo: esos momentos de sensaciones indescriptibles como alegría, amor, rabia, tristeza… Si me mató la vida por ti, me resucitó la muerte por él. Algún día volverás, eso será perfecto, y nunca más te irás de mi lado; seremos uno… te quiero, no lo olvides. Si tú saltas… yo salto.

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