viernes, 5 de noviembre de 2010

Poemas perdidos. 3

La noche pacífica desplegaba sus alas hasta lo más infinito del horizonte. Un inmenso grupo de nubes violáceas empujaba al todavía candente sol tras las montañas mientras los pájaros buscaban refugio entre las retorcidas y semidesnudas ramas de los árboles.
Miró al cielo de un color azul oscuro, gris en la línea de la sierra, púrpura tras las casas más distantes; contempló el declive del sol, que paulatinamente era vencido por las nubes y emitía sus últimos rayos en la caída, como el guerrero herido que lucha hasta el final por el honor de su patria. Suspiró. También con el día, con la luz y el dinamismo, se marchaba la esperanza y llegaba la noche, fría, oscura, pero irrefutablemente bella. Todo se sumiría pronto en la quietud de las sombras. Todo. Finalmente, la gran techumbre que era el cielo terminó por teñirse de negro y las nubes plateadas le conferían matices plateados. Una suave brisa despertó, nacida de las entrañas de la Tierra y deambuló a sus anchas, enroscándose alrededor de los fustes de las altas columnas, haciendo bailar a los árboles y jugando con su largo cabello moreno. Era una brisa agradable, un viento simpático y juguetón como un cachorro que gira y gira y nunca se cansa.

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